A ver, que sí, que en la anterior entrada os dije que os iba a traer otra receta de aprovechamiento, y seguro que estaréis pensando «¡¡¡pero a ésta cuánto le dura una tarrina de manteca, por el amor de Dior!!!». Y es cierto. La receta puede ser de aprovechamiento… o no. Porque puede que realmente os haya quedado un poco de manteca olvidada al fondo de la nevera (dependiendo de si habéis puesto en práctica, o no, las recetas que comparto con vosotros) o puede que tengáis mucho vicio y hayáis repuesto las existencias, como es mi caso, e intentéis autoengañaros con lo de receta de aprovechamiento. Esto…sí, vicio le llaman.
Y es que estas pastas me traen muy buenos recuerdos. Porque aquí una servidora es medio cazurra, por parte de madre, y cuando era pequeña veraneaba en tierras castellanas. En Valencia de Don Juan, para ser más exactos. Y es pensar en el pueblo y me vienen a la mente estas pastas y otras galletas que no sé cómo se llaman, pero estaban… mmmmmmmmmmm… ¡cómo estaban! Hace unos años volví por allí unos días y me pasé todo el camino de ida pensando en si seguiría abierta aquella diminuta panadería. Cuando llegué al pueblo y ví que el parque donde jugaba ya no existía, que el nido de cigüeñas que llevaba toda la vida en el mismo sitio no seguía ahí, que la casa de enfrente de la de mi abuelo se había convertido en un hotel… empecé a hiperventilar y aparqué al instante. Rauda y veloz me dejé llevar por los recuerdos y callejuelas… y sí… ¡¡¡¡¡mi panadería seguía allí!!!!! Una de esas panaderías pequeñitas, en las que solo entran un par de clientes de lo diminutas que son. Y mis pastas, mis galletas… allí estaban… os juro que casi lloro de la emoción. Evidentemente me traje una tonelada de ellas…
Venga, menos cháchara y al lío. Los ingredientes que vamos a utilizar en esta ocasión son:
- 250 g de manteca de cerdo
- 250 g de azúcar
- 500 g de harina
- una pizca de sal
- dos yemas de huevo (de qué si no)
- un huevo
- ralladura de limón
- almendras
- «Costa Rica» de Daniella Spalla
Vamos a necesitar dejar la manteca a temperatura ambiente un rato porque la necesitamos en pomada.
Cuando ya tengamos la manteca blandita, la echamos en un bol junto con el azúcar y batimos hasta que el azúcar de deshaga.
Incorporamos las yemas, el huevo, la ralladura de limón y batimos hasta que veamos que queda todo bien integrado.
Ahora vamos añadiendo poco a poco la harina y la vamos integrando a la masa. Yo suelo utilizar una cuchara de madera. No conviene amasar demasiado. Cuando veamos que ya no podemos utilizar la cuchara, volcamos la masa en la mesa de trabajo y seguimos amasando con las manos hasta que no se nos pegue a las manos.
Hacemos una bola con la masa, la metemos en el bol y tapamos con papel film. Dejamos que se enfríe en la nevera mínimo una media hora.
Espolvoreamos un poco de harina en la superficie donde vayamos a trabajar y extendemos la masa con un rodillo de cocina. Debemos dejar un grosor de un centímetro y medio, más o menos.
Cortamos las pastas, con los cortapastas (valga la redundancia) que hayamos elegido y las vamos colocando en la bandeja del horno (poned papel de horno mejor). Sólo nos queda pintarlas con un poco de clara batida y echarles unas almendras por encima.
Con el horno precalentado a 180 grados, introducimos las pastas y las dejamos unos 10 minutos. Estad atentos porque se hacen enseguida y estas pastas no tienen que quedar muy doradas. Están más ricas si no se hacen demasiado.
Cuando veamos que están hechas las sacamos y las dejamos enfriar en una rejilla
¡Listo!
Anotaciones y sugerencias:
- La receta original lleva almendras enteras, pero yo solo tenía almendras «crocanti» en ese momento. Quedan de vicio de todas las maneras.
- Podéis añadir ajonjolí… como siempre os digo: imaginación al poder.
- Yo hice la mitad de la receta y salen ya unas cuantas…
El ingrediente especial que os traigo en esta ocasión es otro descubrimiento musical reciente. A ver qué os parece… pero a mí esta chica me tiene enamorada.
Y hasta aquí la receta de hoy, espero que la hayáis disfrutado.
¡Hasta la próxima!